Método
del experimento
El experimento
de Milgram fue una serie de experimentos de psicologia socia llevada a cabo por Stanley Milgram, psicóogo en
la Universidad de Yale, y descrita en un artículo publicado en 1963 en
la revista Journal
of Abnormal and Social Psychology bajo
el título Behavioral
Study of Obedience (Estudio
del comportamiento de la obediencia)
y resumida en 1974 en
su libro Obedience
to authority. And experimental view (Obediencia
a la autoridad.
La perspectiva experimental).
El fin de la prueba era medir la disposición de un participante para
obedecer las órdenes de una autoridad aun
cuando éstas pudieran entrar en conflicto con
su conciencia personal.
A
través de un cartel colocado en la parada del autobús en Florida
(Connecticut) se reclamaban voluntarios para participar en un ensayo
relativo al "estudio de la memoria y el
aprendizaje" en Yale ,
por lo que se les pagaba cuatro dólares (equivalente
a 28 dólares actuales)
más dietas. A los voluntarios que se presentaron se les ocultó que
en realidad iban a participar en una investigación sobre
la obediencia a
la autoridad. Los participantes eran personas de entre 20 y 50 años
de edad de todo tipo de educación: desde los que acababan de salir
de la escuela secundaria a participantes con doctorados.
El
experimento requiere tres personas: El experimentador (el
investigador de la universidad), el "maestro" (el
voluntario que leyó el anuncio en el periódico) y el "alumno"
(un cómplice del experimentador que se hace pasar por participante
en el experimento). El experimentador le explica al participante que
tiene que hacer de maestro, y tiene que castigar con descargas
eléctricas al alumno cada vez que falle una pregunta.
A
continuación, cada uno de los dos participantes escoge un papel de
una caja que determinará su rol en el experimento. El cómplice toma
su papel y dice haber sido designado como "alumno". El
participante voluntario toma el suyo y ve que dice "maestro".
En realidad en ambos papeles ponía "maestro" y así se
consigue que el voluntario con quien se va a experimentar reciba
forzosamente el papel de "maestro".
Separado
por un módulo de vidrio del "maestro", el "alumno"
se sienta en una especie de silla eléctrica y se le ata para "impedir un movimiento
excesivo". Se le colocan unos electrodos en
su cuerpo con crema "para evitar quemaduras" y se señala
que las descargas pueden llegar a ser extremadamente dolorosas pero
que no provocarán daños irreversibles. Todo esto lo observa el
participante.
A
los participantes se les comunicaba que el "experimento
estaba siendo grabado", para que supieran que no podrían negar
a posteriori lo ocurrido.
Se
comienza dando tanto al "maestro" como al "alumno"
una descarga real de 45 voltios con
el fin de que el "maestro" compruebe el dolor del castigo y
la sensación desagradable que recibirá su "alumno".
Seguidamente el investigador, sentado en el mismo módulo en el que
se encuentra el "maestro", proporciona al "maestro"
una lista con pares de palabras que ha de enseñar al "alumno".
El "maestro" comienza leyendo la lista a éste y tras
finalizar le leerá únicamente la primera mitad de los pares de
palabras dando al "alumno" cuatro posibles respuestas para
cada una de ellas. Éste indicará cuál de estas palabras
corresponde con su par leída presionando un botón (del 1 al 4 en
función de cuál cree que es la correcta). Si la respuesta es
errónea, el "alumno" recibirá del "maestro" una
primera descarga de 15 voltios que irá aumentando en intensidad
hasta los 30 niveles de descarga existentes, es decir, 450 voltios.
Si es correcta, se pasará a la palabra siguiente.
El
"maestro" cree que está dando descargas al "alumno"
cuando en realidad todo es una simulación. El "alumno" ha
sido previamente aleccionado por el investigador para que vaya
simulando los efectos de las sucesivas descargas. Así, a medida que
el nivel de descarga aumenta, el "alumno" comienza a
golpear en el vidrio que lo separa del "maestro" y se queja
de su condición de enfermo del corazón, luego aullará de dolor,
pedirá el fin del experimento, y finalmente, al alcanzarse los 270
voltios, gritará de agonía. Lo que el participante escucha es en
realidad una grabación de gemidos y gritos de dolor. Si el nivel de
supuesto dolor alcanza los 300 voltios, el "alumno" dejará
de responder a las preguntas.
Por
lo general, cuando los "maestros" alcanzaban los 75
voltios, se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus
"alumnos" y deseaban parar el experimento, pero la férrea
autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135
voltios, muchos de los "maestros" se detenían y se
preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba
asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles
consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír
nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno".
Si
el "maestro" expresaba al investigador su deseo de no
continuar, éste le indicaba imperativamente y según el grado:
-
Continúe,
por favor.
-
El
experimento requiere que usted continúe.
-
Es
absolutamente esencial que usted continúe.
-
Usted
no tiene opción alguna. Debe continuar.
Si
después de esta última frase el "maestro" se negaba a
continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de
que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces
seguidas.
En
el experimento original, el 65% de los participantes (26 de 40)
aplicaron la descarga de 450 voltios, aunque muchos se sentían
incómodos al hacerlo. Todos los "maestros" pararon en
cierto punto y cuestionaron el experimento, algunos incluso dijeron
que devolverían el dinero que les habían pagado. Ningún
participante se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de
alcanzar los 300 voltios.
El
estudio posterior de los resultados y el análisis de los múltiples
tests realizados a los participantes demostraron que los "maestros"
con un contexto social más parecido al de su "alumno"
paraban el experimento antes.
Además
de este proyecto, Milgram realizó otro en el que se utilizaban
ratones de experimentación. El experimento consistía en mostrarles
la salida a los ratones, dentro de una caja de paredes
electrificadas. El ratón entendía que la salida no le beneficiaba y
seguía a la próxima pared, para así encontrar la salida. El
experimento muestra que el ratón tanto como el ser humano puede ser
condicionado con presión para hacer lo que pide el demandante o
maestro como en el experimento con alumnos.
Resultados
Milgram
rodó una película documental que demostraba el experimento y sus
resultados, titulada "Obediencia", cuyas copias
originales son difíciles de encontrar hoy en día.
Antes
de llevar a cabo el experimento, el equipo de Milgram estimó cuáles
podían ser los resultados en función de encuestas hechas a
estudiantes, adultos de clase media y psicólogos. Consideraron que
el promedio de descarga se situaría en 130 voltios con
una obediencia al investigador del 0%. Todos ellos creyeron
unánimemente que solamente algunos sádicos aplicarían
el voltaje máximo.
El
desconcierto fue grande cuando se comprobó que el 65% de los sujetos
que participaron como "maestros" en el experimento
administraron el voltaje límite de 450 a sus "alumnos",
aunque a muchos el hacerlo les colocase en una situación
absolutamente incómoda. Ningún participante paró en el nivel de
300 voltios, límite en el que el alumno dejaba de dar señales de
vida. Otros psicólogos de todo el mundo llevaron a cabo variantes de
la prueba con resultados similares, a veces con diversas variaciones
en el experimento.
En
1999, Thomas Blass, profesor de la universidad de Maryland publicó
un análisis de todos los experimentos de este tipo realizados hasta
entonces y concluyó que el porcentaje de participantes que aplicaban
voltajes notables se situaba entre el 61% y el 66% sin importar el
año de realización ni la localización de los estudios.
Reacciones
Lo
primero que se preguntó el desconcertado equipo de Milgram fue cómo
era posible que se hubiesen obtenido estos resultados. A primera
vista, la conducta de los participantes no revelaba tal grado de
sadismo, ya que se mostraban preocupados por su propia conducta.
Todos se mostraban nerviosos y preocupados por el cariz que estaba
tomando la situación y, al enterarse de que en realidad
la cobaya humana
no era más que un actor y que no le habían hecho daño, suspiraban
aliviados. Por otro lado eran plenamente conscientes del dolor que
habían estado infligiendo, pues al preguntarles por cuánto
sufrimiento había experimentado el alumno la media fue de 13 en una
escala de 14.
El
experimento planteó preguntas sobre la ética del método científico en sí mismo debido a la tensión emocional
extrema sufrida por los participantes (aunque se podría decir que
dicha tensión fue provocada por sus propias y libres acciones). La
mayoría de los científicos modernos considerarían el experimento
hoy inmotal,
aunque dio lugar a valiosos estudios sobre la psicología humana.
En
defensa de Milgram hay que señalar que el 84% de participantes
dijeron posteriormente que estaban "contentos" o "muy
contentos" de haber participado en el estudio y un 15% les era
indiferente (respondieron un 92% de todos los participantes). Muchos
le expresaron su gratitud más adelante y Milgram recibió en varias
ocasiones ofrecimientos y peticiones de ayuda de los antiguos
participantes.
Hay
un colofón poco conocido del experimento Milgram, reportado
por Philip Zimbardo: Ninguno de los participantes que se negaron a
administrar las descargas eléctricas finales solicitaron que
terminara el experimento (que se dejaran de realizar ese tipo de
sesiones) ni acudieron al otro cuarto a revisar el estado de salud de
la víctima sin antes solicitar permiso para ello.